Versos del anima de Sayula

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ilustracion por: Marty Pereztroiko
ilustración y créditos al autor de la imagen: Marty Pereztroiko

Versos Anima de Sayula

Actualmente, el ánima es omnipresente en la cultura de Sayula, y lo mismo la encuentra uno en una peletería como en libritos con los versos completos. En este articulo de nuestro blog, te presentamos los versos del anima de Sayula para que los compartas con algún familiar con buen sentido del humor.

Este divertido relato en verso, escrito a finales del siglo XIX en Michoacán (México) relata una broma entre amigos: Apolonio decide encontrarse a medianoche con un ánima en pena, porque le han dicho que le ofrecerá dinero a cambio de ciertos servicios. Pero el fantasma resulta ser un puto activo que busca a un vivo para satisfacer sus deseos lujuriosos. En muy distintas culturas se encuentran ejemplos de cuentos de fantasmas similares, en los que el ánima encarna las actitudes que se consideran antisociales (pereza, falta de control sobre los procesos eliminatorios o prácticas sexuales prohibidas) No es extraño que este relato recibiera la bendición de la Iglesia, dado su contenido moralizante: tradicionalmente, en México la sodomía activa no ha estado estigmatizada entre las clases populares, pero desde el XIX sí ha sido condenada por la psiquiatría oficial y la moral religiosa. El cuento es aún muy popular en el país, y se recita con frecuencia. 

Versos

En un caserón ruinoso,
de Sayula en el lugar,
Vive Apolonio Aguilar,
trapero de profesión.

Hace tiempo que padece
hambre voraz y canina
y por eso está que trina
contra su suerte fatal.

No es borracho, ni juega,
sólo comer es su vicio;
pero anda mal el oficio,
ni para comer da.

Cuatro tablas, dos petates,
un bacín roto, de barro,
cuatro cazuelas y un jarro,
son de su casa el ajuar.

Su mujer y sus hijuelos,
macilentos y hambrientos
con semblante extraviados
piden pan con triste voz.

¿Pan allí? Ni por asomo;
hambres sí, disgustos mil
en aquel chiribitil
a pasto y a discreción.

Llantos solo de miseria
que goteando noche y día,
apagó dejando fría
la ceniza del hogar.

Por eso el trapero esconde
entre sus manos la cara;
maldice su suerte avara
que le causa aquel dolor.

Y fijando en su consorte
su penetrante mirada, con voz grave y levantada,
de esta manera le habló:

Es preciso que ya cese
esta situación terrible;
vivir así no es posible,
harto estoy de padecer.

Me ocurre feliz idea,
que desde luego te explico,
esta noche me hago rico
o perezco en la función.

Escucha y no me repliques;
mi suerte está decidida,
el porvenir de mi vida
depende de esta ocasión.

Tú sabes que en esta tierra
entre la gente de seso
se cuenta cierto suceso
que ha causado sensación.

Se dice pues, que de noche,
al sonar las doce en punto,
sale a penar un difunto
por las puertas del panteón.

Que las gentes que lo ven
huyen a carrera abierta
y todos cierran la puerta
encomendándose a Dios.

Que por fin, un desalmado
se encaró ya con el muerto;
mas de terror quedó yerto,
patitieso y sin hablar.

Esto lo aseguran todos
y mi compadre José
me ha jurado por su fe
que también al muerto vio.

Y me asegura que el muerto
tiene la plata enterrada
y busca gente templada
con quien poderse arreglar.

Pues bien me siento con bríos
para hablarle al mismo Diablo;
a este muerto yo le hablo
aunque me muera después.

¡Por Dios, Apolonio! dijo
su mujer muy afligida,
no juegues así la vida;
deja a los muertos en paz.

No, mujer, no retrocedo;
es una cosa resuelta;
si pronto no estoy de vuelta,
prepara mi funeral.

Dijo y con paso veloz
pálido como un difunto,
salió de su casa al punto,
camino para el panteón.

Envuelto en tinieblas yace
de Sayula el caserío
y un aspecto muy sombrío
ahí reina por doquier.

No se oye voz humana,
ni el más ligero ruido;
sólo de lejos el aullido
pavoroso de algún can.

Algún pájaro que cruza
en las tinieblas perdido,
lanza fúnebre graznido
al ir de su nido en pos.

Y al extinguirse perdido
que al corazón pone susto,
canta el tecolote adusto
en el ruinoso torreón.

Negro, todo cubre el cielo
y al soplo del viento frío
gimen los sauces del río
con quejumbroso rumor.

Lóbrega la noche está
y en su fondo pavoroso
brota a veces luminoso
un relámpago fugaz.

La silueta del trapero
que a la ventura de Dios,
va de la fortuna en pos
hasta vencer o morir.

Mas a medida que avanza
se valor se debilita,
y es dueño de honda cuita,
su angustiado corazón.

Avanza, pues, presuroso,
aquel hombre del faz yerta
y al fin se mira en la puerta
del tenebroso panteón.

Allí con mortal congoja,
la hora fatal aguarda;
hora que tal vez no tarda
en sonar en su reloj.

Por fin, de repente suenan
doce lentas campanadas,
cuyas notas acompasadas
vibran con sordo rumor.

Notas lentas y solemnes
cuyo sonido retumba
como el eco de una tumba
con quejumbroso rumor.

Por fin, a esperar se pone
y sin grande dilación,
las puertas de aquel panteón
se abren de par en par.

Cruza el diente el fantasma
mudo, rígido y sombrío,
como el sepulcro frío
y horrible aborto de horror.

Lleva cubierta la faz
con negro y tupido velo
y arrastrando por el suelo
lleva también el sudario.

Aguilar de espanto yerto
y erizado su cabello,
con agitado resuello
corre tras de la visión.

Haciendo un supremo esfuerzo,
cual si jugara la vida,
con la voz despavorida,
de esta manera le habló:

De parte de Dios te pido
me digas cómo te llamas,
si penas o entre las llamas
o si vives entre nos.

¿Qué buscas por estos sitios
donde a los vivos espantas?
Si tienes talegas, ¿cuántas
me puedes proporcionar?

Me llamo Perico Zurras
(dijo el fantasma en secreto),
fui en la vida buen sujeto,
muy puto mientras viví.

Ando ahora penando aquí,
en busca de algún profano
que con la fuerza del ano
me arremangue el mirasol.

El favor que yo te pido
es un favor muy sencillo:
que me prestes el fundillo
tras del que ando tiempo ha.

Las talegas que tu buscas,
aquí las traigo colgando,
ya te las iré arrimando
a las puertas del fogón.

Con gran sorpresa quedó
el pobrecito trapero
y echando al suelo el sombrero
el infeliz exclamó:

Por la vida del rey Clarión
y por la madre de Gestas,
¿qué chingaderas son estas
las que me pasan a mí?

Yo no sé lo que me pasa,
pues ignoro con quién hablo,
o este cabrón es el Diablo
o es mi compadre José.

Buena fortuna me hallé
en esta tierra de brutos,
donde los muertos son putos,
¿qué garantías tengo yo?

Lo que me sucede a mí
es para perder el seso;
si los muertos piden sieso,
los vivos ¿qué pedirán?

Venir de lejanas tierras
a buscar aquí la vida
y mi suerte maldecida
¡me depara un trance atroz!

No tener yo más alhaja
que la alhaja del fundillo
y me la pide este pillo
que dice que ya murió.

Esto en cuanto puede verse
por las crestas del Demonio,
si lo aflojas, Apolonio,
de aquí sin culo te vas.

Así el trapero exclamó
muy pensativo y mohíno;
del pueblo tomó el camino
y en sus calles se perdió.

Y es fama que cuando oye
hablar del desaparecido,
receloso y confundido
se pone una mano atrás.

MORALEJA

Lector, si tú alguna vez,
y por artes del Demonio,
te vieras como Apolonio,
en crítica situación.

Si tropezaras, acaso,
con algún ánima en pena,
aunque te diga que es buena,
no te confíes jamás.

Y por vía de precaución,
llévate como cristiano,
la cruz bendita en la mano
y en el fundillo un tapón.